POR QUÉ no estarás aquí ahora que te nombro de una forma casi que me duele, pues tantas veces nos besamos la niñez pretendiendo desórdenes tan sólo en el deambular secreto de bocas y distancias, pero, amor mío, tu nombre se oculta en las mañanas de fiebre, en las cinturas que tan bien olieron si venías de tus mejores regresos, porque la edad de las memorias se sustenta en un lugar que apenas recordamos, te vi tan niña aquella primera tarde que me dije que sobraba entonces, después te hablaba de mi historia grotesca, te encendía los ojos con hogueras frías en las sienes.
 
 

y me acostumbré a encontrarte levemente y una tarde te besé los labios porque me iba, porque me aferro a tus alturas sabiéndome cercano a algo que comienza o porque sin ti el amor no tiene surcos de dulzura ni flores en las manos ni viajes a los pechos, parecías moviéndote incansable por la casa una aparición soñada que aprendía cada poco su universo rubio, y te llamaba amor y me callabas tu mínimo orgullo de estaciones de nata, así se nos iba todo el tiempo en asaltarnos las miradas como si también nosotros fuéramos amargos y lujurias y canales que se tienden en la noche para en ella mejor descomponerse.
 
 

De RENÁ, A SOLAS CON NOSOTROS 1984

 


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